Aarón
Ya veo que en esta respuesta has lanzado mucha carne en el asador, así que ahora me toca a mí hacer propósito de síntesis/enmienda y reorientar alguna(s) de las cuestiones porque quizá estemos acercándonos al verdadero núcleo del asunto. Asumiendo el riesgo de ser excesivamente sistemático, voy siguiendo tus ideas.
La idea de una nueva cinefilia transversal -quizá el término multidisciplinar sea más correcto- me provoca sensaciones enfrentadas. Por una parte, comprendo la inmensa aportación que los tránsitos intelectuales desde terrenos no demasiado distantes como la filosofía, la sociología o ciertas carreras de ciencias están protagonizando. Un ejemplo de manual al respecto podría ser nuestro colega común -y colaborador también de Détour– Faustino Sánchez, cuya formación en Ingeniería de la Telecomunicación le ha permitido alcanzar posiciones de pensamiento fílmico que yo ni siquiera hubiera podido imaginar. Por otra parte, me apena la idea de desconexión -o de orfandad, como tú mismo señalas- con nuestra tradición inmediata. Al motivo académico que señalas -después de todo, soy el primero que desciendo de una rama puramente académica y que me someto a los canales de acreditación e investigación audiovisual al uso-, le añadiría un segundo dato importante: la diferencia política. La teoría realizada al calor de Contracampo, por poner un ejemplo, coincidió con un momento de máxima intencionalidad política donde precisamente lo que hermanaba a los distintos colaboradores era su actitud revolucionaria e incómoda. Entonces era impensable separar cinefilia de compromiso político, y ese era el norte final que marcaban todas las brújulas.
Por desgracia, la propia disolución de los postulados ideológicos y la herida ya innegable de las democracias liberales ha terminado por demoler cualquier vestigio de compromiso político que no pase por el sectarismo, la bufonada, la curiosidad histórica o la pose seudo-intelectual. Por ponerte un simple ejemplo, la colección de páginas políticas de Cahiers sobre el tema candente de turno -el Mayo de 68, las revoluciones árabes, el 15M, ahora las elecciones del 20N- me han resultado siempre estrafalarias, forzadas, como de otra época, angustiosamente tópicas, llenas de lugares comunes y de buenas intenciones. Si me permites la metáfora salvaje, son como esas columnas de opinión de las revistas porno que uno apartaba antes de pasar a otra cosa. ¿Pensar el 20N en términos de cine a estas alturas? ¿En un contexto en el que sabemos que el cine español es, en líneas generales, incómodamente complaciente con un cierto sector político de supuestas izquierdas muy Gran Familia del Cine Español? A lo que -retomando el hilo, no perdamos el oremus- prefiero quedarme en el territorio de los cínicos y de la carcajada ahogada, en lugar del compromiso político de guardarropía y jabón lagarto. Por supuesto, no pretendo que sea un rasgo total de la Nueva Cinefilia, pero quizá sí un rasgo parcial: la voluntaria sospecha de los mecanismos ideológicos dominantes no desde la tradición de los Estudios Culturales sino desde… ¿quizá desde la imposición de una subjetividad total ante la farsa?
Cambio de tercio. Afirmas que nos falta cohesión en ciertas figuras/símbolos, y yo me permito el lujo de guardar un incómodo silencio. Por un lado -de nuevo, sentimientos contradictorios- comprendo la eficacia de símbolos y lugares que nos unan de una u otra manera: directores, líneas, festivales, etiquetas, títulos… Recuerdo que la primera vez que vi Juno (Jason Reitman, 2007) me sentí prematuramente envejecido, extraño, como si de pronto toda una nueva generación me hubiera adelantado por la derecha y yo fuera una especie de expatriado sin referencias y sin textos definitivos. Fue mi segundo año dando clases en la Facultad y me encontré con alumnas que fueron a verla siete veces al cine y se compraron el famoso teléfono-hamburguesa. ¿Qué podía decir yo? Es imposible no escapar de la idea de que la fascinación de nuestros teóricos por los zombis no es nada casual: el zombi de Godard asustándonos desde los armarios de la profecía maoísta, el zombi de la cultura popular perdida en C.R.A.Z.Y. (Jean-Marc Vallée, 2005), el zombi de la Vieja(Nueva) Cinefilia con Rosenbaum hablando de Kiarostami como si hubiera descubierto la Panacea Oriental… No sé si me muero de miedo o de pereza.
Por otro lado, la unificación en símbolos también me recuerda peligrosamente a las famosas escuelas y castas de pleitesía que han saturado los medios tradicionales, por no hablar de los departamentos de las universidades. Los referentes capaces de fascinar con tanta brutalidad acaban generando una suerte de miopía compartida que quizá destruiría la frescura y la independencia que hubiera podido haber en la nueva cinefilia. Seguro que todo el mundo reconoce en su imaginación la caterva de meritorios, agradaores, amigos de las ideas ajenas, organizacongresos, publicapolladas y otros habituales del panorama académico/periodístico de ayer y hoy. Si el mayor problema del mundo académico -y repito, yo mismo tendría mucho que callar al respecto porque, como todos, he cometido errores más o menos garrafales- es no dejarse fascinar demasiado por La Voz y no sumarse alegremente a la primera de cambio a la escuela del pope del momento, me aterraría que nuestra hipotética Cinefilia 2.0 acabara reducida al mismo juego. No sé si compartes esta sensación encontrada o la llevo pegada al traje de profesor como un hedor intratable.
Me gustaría cerrar con la sensación de orfandad, un concepto brillante que sin duda está vinculado con todo lo que hemos venido hablando en las últimas páginas. Y me voy a atrever a decirlo bien claro, unificándolo con la pregunta final que va rebotando de una página a otra: ¿por qué escribimos?
Comencé a construir la respuesta cuando preparaba las notas para un libro que, si todo va bien, saldrá para el 2012 con Notorius, y que parte de la base de que algunos miembros de nuestra generación hemos sido, literalmente, salvados por lo textos. Construidos, si lo prefieres. Hemos experimentado el poder de los textos como espacios de resistencia más o menos pop en un universo en el que todos los anclajes simbólicos mayores (la ideología, la religión, las promesas del pensamiento políticamente correcto, oh yeah) sólo pueden considerarse como una insoportable tomadura de pelo. Anclajes simbólicos que, por extensión, han generado relatos de construcción y textos -del disco de las Spice Girls a Fernando Alonso- tan falsos y huecos como su propia naturaleza.
Frente a ellos, los otros textos. Yo he sentido más verdad y le debo más a Anticristo (Lars von Trier, 2009) que a todas las reuniones políticas a las que asistí durante el período de mi militancia directa a principios de la década pasada. He aprendido más de la biografía de Marilyn Manson o del Ziggy Stardust que de las labores de supuesta motivación empresarial o de calidad académica a las que puntualmente me someto por imperativo profesional. Creo que un mundo en el que se venden millones de copias de los libros de Paulo Coelho se merece urgentemente un planeta llamado Melancholia que lo borre del tranquilo mapa de la vía láctea. Pero hasta que eso ocurra, me pienso en los textos, debato con los textos que me construyen, los interrogo y pienso que ese trabajo de búsqueda y de reflexión me puede ayudar a entenderte, o a entender a mis alumnos, o a entender a esa gente rara y gris que puebla las calles. Te pongo un ejemplo concreto: tu artículo sobre Rob Zombie en Shangrila probablemente no deje de ser un trabajo activo sobre tus fascinaciones y los esquinazos de tu universo… ¿O quizá me equivoco?
Óscar
Creo que lo que entiendo como sentimiento de orfandad puede entrar en contacto con lo que señalas como pérdida del compromiso político. La orfandad política alude a la indiferencia y al conformismo con el que aceptamos el desarrollo de nuestra sociedad. Lo que me gustaría que, entre otras cosas, promoviese mi idea de cinefilia es una reconceptualización, un volver a dar valor a una serie de pasos que se han perdido en la transmisión. A propósito de la multidisciplinariedad, hay un punto que no conviene olvidar: toda generación, heterogénea por naturaleza, cuenta con su saber, con su experiencia y conocimiento que, de alguna manera, acabarán desembocando en la producción de su historia. Ahí es adonde quiero ir a parar: ¿estamos preparados para pensar por nosotros mismos, desarrollar nuestra historia y producir nuestros trabajos tomando un relevo de la anterior generación?
Al responder a la pregunta de por qué escribimos, me has dado pie a ampliar esta última intuición. Pensemos en la forma en la que los textos, la escritura nos ha construido, modulando una serie de identidades. Efectivamente, a medida que desarrollamos una voz propia enriquecemos esa identidad inicial, dotándola de más experiencia y contenido. Dicho de otra manera: en un momento determinado, esa identidad pasa de adquirir experiencia a ponerla en práctica, mostrando todo lo que aglutinaba en su interior. La pregunta, una vez conocemos el porqué, pasa a resolver qué podemos hacer. Ahí es donde nos situamos ahora mismo: ¿escribimos para entendernos? Escribimos para entender el presente de la cultura, su herencia y los proyectos futuros cuyos planes nos invita a trazar; escribimos para continuar poniendo el acento en la fertilidad de la creación, del pensamiento y sus rasgos más elementales; escribimos porque, no nos engañemos, el mundo no puede vivir sin la cultura del mismo modo que no podemos vivir sin un intercambio, sin poner en común ideas, preguntas, soluciones o miedos. De eso trata nuestra cultura, a ello se abocan nuestros dilemas y nuestro empeño personal por dar con una respuesta. Y es un trabajo colectivo, porque individualmente derivaría en el solipsismo más radical.
El texto de Rob Zombie se basa en una serie de preocupaciones que suelo arrastrar en mi escritura. De un lado, me interesa saber qué podemos hacer con los vestigios de un pasado (no clausurado) que no nos pertenece, porque no hemos nacido en la época o porque sentimos mayor afinidad con unas formas cinematográficas alternativas. Del otro, me interesa averiguar cómo explotamos, con unas herramientas contemporáneas, esas viejas formas, cómo las resucitamos a través de una óptica actual sin sacrificar su herencia ni su tiempo. En breve, me interesa rastrear qué queda de la identidad de un período eclipsado, en ruinas. Enlazándolo con lo que comento en los anteriores párrafos, el pasado y su enfoque hacia el presente están ahí para invitarnos a hacer algo con ellos, destruir o construir, pero aprovechar eso que albergan para, de paso, desarrollarnos como personas y aportar nuestra identidad al paisaje de nuestra cultura.
Termino volviendo al que, probablemente, sea el problema que más te preocupa, que comparto sin reservas: ¿y si la Cinefilia 2.0 acabase reducida al mismo juego? Como soy optimista, pienso que eso no sucederá por varios motivos:
1. No hay una voz, hablemos de voces. Si algo nos ha enseñado el movimiento 15M es que en una dinámica asamblearia deslocalizada (o localizada en diferentes puntos del país), el único consenso posible es el de mínimos: la idea rectora, lo voluntad inicial, etc. Si alguna vez la Cinefilia 2.0 obtiene carta de validez no será de forma homogénea ni como una unión sindical, sino como pequeños grupúsculos en contacto a través de una serie de ideas que se compartan sin reservas. Siempre, y creo que conviene subrayarlo, existirán diferencias y discrepancias, líneas de trabajo alternativas. El esfuerzo es, por tanto, el de unir a esas voces reconociéndolas.
2. Objetivos. Conviene ser modestos: la cinefilia no es una moda, sino algo que sucede a cada rato en un foro, en una revista que actualiza sus contenidos, en una acción o en un movimiento, que están por encima de las etiquetas y de los trending topics. La cohesión puede ser un objetivo, fundamentalmente, porque implica poner en contacto, dar voz al trabajo de gente que ahora mismo está desarrollando sus pequeños proyectos culturales, sus iniciativas, etc. Uno no aspira a transformarlo todo porque, en el mejor de los casos, la empresa se irá a pique nada más empezarla. Aspira a mejorar, a participar. No se trata de sustituir a unas figuras por otras, porque caeríamos en esa repetición dicotómica entre lo nuestro y lo de los otros.
3. El desarrollo. Por su naturaleza, este tipo de iniciativas tienen un carácter de flujo. Trabajamos, creamos, programamos en diferentes grupos, centros y asociaciones, en una escala modesta que, por poner una imagen, podría reflejar el cineclub universitario o, en el plano de la escritura, el blog personal. Trabajamos, contactamos, discutimos sin una meta definida, pero ese flujo de trabajo, discusiones y contactos representa mejor que ningún otro el resultado de lo que llevamos a cabo. En realidad, no hay mejor resultado para la cinefilia que pensar, escribir o dialogar sobre cine.
Estos tres puntos, que he abreviado, son los rasgos que imagino y que me gustaría que (individualmente, porque sólo me represento a mí mismo) describiesen a la cinefilia de la que me siento parte, que me anima a desarrollar nuevos proyectos y a trabajar para mantener con vida, dentro de mi pequeña y modesta aportación, a la cultura. De lo que se deriva, y me gustaría conocer tu opinión al respecto, que tal vez la mejor definición que exista para la cinefilia sea la que la presente como un estado de ánimo.
Aarón
Definitivamente, creo que hemos encontrado un punto en común. Podríamos trabajar cómodamente desde esa perspectiva de cinefilia como estado de ánimo en continuo movimiento y como una cohesión de voces enfrentadas con una herencia y en busca de una representación más sólida en las llamadas industrias culturales tradicionales. El lunes pasado, en la presentación del libro que Faustino y yo hemos escrito a cuatro manos, ocurrió algo interesante que quizá pueda poner luz y entroncarse en lo que estamos discutiendo. De manera absolutamente natural, como si fuera parte del proceso creativo, estuvimos manejando etiquetas derivadas directamente de los usos y costumbres de la Nueva Cinefilia -el intercambio epistolar como técnica de escritura cinematográfica, la referencia a cinematografías emergentes o a cines “invisibles”…- e incluso en un momento determinado me atreví a proponer en voz alta la idea de que la Nueva Cinefilia española ya estaba lo suficientemente madura como para dar el salto a las grandes editoriales. Curiosamente, ni el resto de interlocutores ni el público pareció realmente extrañarse ante estas ideas: quizá haya una aceptación tácita de que las fases que todo movimiento necesita estén sucediendo de manera natural: como tú bien señalabas por algún lugar de nuestro intercambio, del blog a la revista digital, y de ahí al papel impreso.
En ese sentido, me gusta tu definición de los objetivos de la Nueva Cinefilia española desde la humildad, la participación directa, la sugerencia silenciosa. Incluso te sugeriría un pequeño empujón en esa dirección: ¿No tiene incluso algo de cooperativo, de tirar todos del mismo carro, de intercambiar contactos para reconocer(nos) en medios comunes? Vuestra propuesta concreta en Détour, por un lado, pero también la de los compañeros de Cineuá o de tantos otros espacios online de los que ya se ha hablado por aquí. Hay una sensación de reto -y ojalá de libertad- en ese estado de ánimo que comentabas: en los últimos meses he leído críticas que parecían poemas, extraños rizomas de fotografías y mapas, tránsitos al video…
Considero que, en el caso de que seamos capaces de mantener este espíritu -y aquí habría también mucho que discutir-, lo que de verdad otorgaría un valor importante a nuestro hipotético salto a las editoriales -y al esfuerzo que implica la escritura de toda monografía, no lo olvidemos- sería esa frescura, esa libertad formal. Hemos hablado mucho de la crítica, pero apenas hemos tocado el tema de una nueva manera de escribir libros sobre cine. Yo me lo apunto en mi lista de tareas para el futuro, pero seguro que se convertirá en un tema fascinante.
Creo que no puedo añadir mucho más al diálogo. Simplemente, agradecerte el intercambio de ideas, la clarificación, la puesta en común. Ojalá no se agote ese estado de ánimo del que hablas.
· ¿Qué es la nueva cinefilia?, por Aarón Rodríguez y Óscar Brox en Revista Détour (Parte I)
· Artículo original de Aarón Rodríguez y Óscar Brox en Revista de Cine Détour