Al final de la primavera, el campo en Provenza se llena de flores. Los caminos se envuelven de tonos amarillos y malvas, la alta hierba se ondula entre amapolas y margaritas, las hojas de los árboles adquieren un verde brillante y los altos pinos extienden sus oscuras ramas enmarcando la vista. A las afueras de Aix-en-Provence, este paisaje queda dominado por la presencia de la Sainte-Victoire, cuya silueta azulada preside la ordenada sucesión de colinas y pequeñas casas. Todavía hoy pueden reconocerse los motivos y encuadres que aparecen en los cuadros de Cézanne, y, en un momento dado, uno queda estupefacto al constatar que los colores son esos, exactamente esos. Su perfeccionismo cobra un sentido más allá de la configuración de un estilo personal. La amplia gama de matices logrados por el lento sistema de superposición de pinceladas reproduce fielmente el esplendor de su tierra.
Un siglo después de la muerte del pintor, L’Estaque está rodeado de fábricas y parece un suburbio más de Marsella, Aix-en-Provence se ha convertido en una gran ciudad a cuyo alrededor se expanden sin cesar bloques de viviendas, el Jas de Buffan queda ahora junto a una de las carreteras principales y el antiguo camino de Lauves está ahora asfaltado y rodeado de chalets. Entre ellos se encuentra el taller en el que Cézanne pintara Las grandes bañistas, conservado gracias al historiador John Rewald que hizo de él una pieza arqueológica. Un poco más arriba, está indicado uno de los lugares a los que Cézanne iba a pintar. Se diría que ni los eventuales coches ni el tendido eléctrico han modificado nada esencial del conjunto, que, finalmente, según era su deseo, su pintura logró captar algo de intemporal, algo que hubiera permanecido en el campo provenzal desde el tiempo de los romanos hasta ahora que la naturaleza ha sido acorralada por la industrialización.
Al final de su vida, Cézanne fue visitado por varios artistas jóvenes, entre ellos Maurice Denis, quien quiso fotografiar al anciano maestro. Algunas de estas fotos aparecen largamente en Cézanne, dialogue avec Joachim Gasquet (1989), la primera película que Danièle Huillet y Jean-Marie Straub hicieran sobre el pintor.
Con motivo de una exposición sobre los años jóvenes de Cézanne, Virginie Herbin, entonces al frente de la sección de audiovisuales del Museo d’Orsay, les encargó una película y les dio toda la libertad para hacerla. Hacía tiempo que los Straub venían interesándose por los cuadros de Cézanne y ya tenían ciertas ideas al respecto, por lo que este proyecto no se alargó demasiado.
La película fue muy mal acogida por el Museo d’Orsay, que la rechazó y la responsable de la operación tuvo que dimitir. En cierto modo, desde el punto de vista de la historiografía, no resultaba nada ortodoxa la manera de presentar a Cézanne. En primer lugar, porque como base para la película habían tomado el libro de Joachim Gasquet sobre el pintor, un texto generalmente considerado poco fiable [1]. Además, salvo por las pequeñas intervenciones de Gasquet de las que se ocupa Jean-Marie Straub, la voz en off está a cargo de Danièle Huillet, cosa que, en un primer momento, se percibe como una disociación con la figura del pintor. Para mayor extrañeza, se incluyen tres amplias citas cinematográficas, una de Madame Bovary de Jean Renoir y dos del quinto rodaje de Empedokles. Y, ante todo, esta película no tiene nada que ver con los tradicionales documentales sobre pintura: ni se hace un biopic del pintor, ni salen expertos hablando sobre su obra y su fortuna crítica, ni tampoco se pone la cámara a «navegar» por los cuadros y a resaltar un detalle tras otro, sino que las obras de Cézanne que se muestran (pocas en relación con la duración del film) aparecen con su marco, iluminadas con una luz blanca, de la manera más objetiva posible. Así que, pese a contar con uno de los más reputados directores de fotografía, Henri Alekan, nada más lejos de sus intenciones que montar un espectáculo pretendidamente artístico.
Sin embargo, precisamente por el carácter nada convencional de su aproximación, la película resulta de un enorme interés, ya que supone una reflexión sobre la relación de Cézanne tanto con la naturaleza como con la pintura y, asimismo, revela una sintonía entre la manera de trabajar de Cézanne y la de los Straub [2].
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El ensayo completo de Natalia Ruiz (24 páginas) está incluido en Soy Cézanne, la edición de Intermedio las dos películas de los Straub.
Soy Cézanne en la tienda de Intermedio.
1 El libro fue publicado en 1921 por las ediciones Bernheim-Jeune, es decir quince años después de la muerte de Cézanne. Se divide en dos partes: la primera es un texto de Gasquet sobre el pintor y la segunda supone una compilación de recuerdos y declaraciones de Cézanne organizadas como si fueran conversaciones en torno a tres temas que vienen a constituir tres capítulos: «El motivo» (que es el que se utiliza en Cézanne), « El Louvre» y « El taller».
2 Si existe una similitud es en este sentido, en la manera de concebir la propia obra, el respeto por el objeto, etc., no viene al caso hacer comparaciones en el plano personal ni mucho menos en el ideológico.