Lejos del tiempo, del espacio, un hombre fuera de sí,
fino como un pelo, ancho como el alba,
espumea por la nariz con ojos trastornados
y las manos extendidas para palpar el decorado.
—Que por cierto no existe. ¿Pero cuál es, se dirá,
el significado de esta metáfora:
«fino como un pelo, ancho como el alba»?
¿Y por qué esa nariz fuera de las tres dimensiones?
Si hablo del tiempo, es que no ha llegado,
si hablo de un sitio, es que ya no existe,
si hablo de un hombre, pronto va a estar muerto,
si hablo del tiempo, es que ya no lo tengo,
si hablo del espacio, un dios viene a destruirlo,
si hablo de los años, es por anonadar,
si oigo el silencio, un dios se pone a mugir
y sus gritos insistentes sólo pueden molestarme.
Pues tales dioses son demonios: trepan por el espacio
finos como un pelo, anchos como el alba,
espumeando por la nariz, la faz cubierta de baba
y las manos extendidas para pillar un decorado.
—Que por cierto no existe. ¿Pero cuál es, se dirá,
el significado de esta metáfora:
«finos como un pelo, anchos como el alba»?
¿Y por qué esa faz más allá de las tres dimensiones?
Si hablo de dioses, es que pueblan el mar
con su peso infinito, con su vuelo inmortal,
si hablo de dioses, es que llenan el aire,
si hablo de dioses, es que son permanentes,
si hablo de dioses, es que viven bajo tierra,
insuflando a cada suelo su aliento vivaz,
si hablo de dioses es que fraguan el hierro,
amontonan el carbón, destilan el cinabrio.
¿Son dioses o demonios? Llenan el tiempo
finos como un pelo, anchos como el alba,
el brillo de sus ojos rotos, la nariz espumeante,
y las manos extendidas para pillar un decorado.
—Que por cierto no existe. ¿Pero cuál es, se dirá,
el significado de esta metáfora:
«fino como un pelo, ancho como el alba»?
¿Y por qué esas manos fuera de las tres dimensiones?
Son demonios, sí. Uno baja, el otro sube.
A cada noche su día, a cada monte su valle,
a cada día su noche, a cada árbol su sombra,
a cada ser su No, a cada bien su mal.
Son reflejos, sí, imágenes negativas,
que cambian inmovilidad por agitación,
arrojando a la nada su multiplicidad activa
y fabricándole un doble a cualquier verdad.
Mas el hombre —ni dios ni demonio— está perdido,
fino como un pelo, ancho como el alba,
espumeando por la nariz con ojos trastornados
y las manos extendidas para palpar un decorado.
—Que por cierto no existe. Es que está fuera de sí.
No es lo bastante fino, no es lo bastante ancho:
demasiados músculos retorcidos, demasiada saliva empleada.
La calma llegará cuando vea que el Templo
de su forma asegura su propia eternidad.