Garras humanas (Todd Browning, 1927)
El hombre que ríe (Paul Leni, 1928)
La calle de la vergüenza(Kenji Mizoguchi, 1956)
La muerte de Maria Malibran (Werner Schroeter, 1971)
La Paloma (Daniel Schmid, 1974)
Lola una mujer alemana (Rainer Werner Fassbinder, 1981)
Faubourg Saint-Martin (Jean-Claude Guiguet, 1986)
Las flores de Shangai (Hou Hsiao-Hsien, 1998)
Death Proof (Quentin Tarantino, 2007)
Muchos cineastas se resisten a confesar sus influencias. Al organizar para el Festival de La Roche-sur-Yon una programación alrededor de L’Apollonide dotas a la película de un auténtico árbol genealógico. ¿Qué te decidió a hacelo?
No todas las películas elegidas sirvieron de referencia para L’Apollonide, es por eso que la programación se titula Recuerdos de otras películas. Para algunas de ellas incluso me costó encontrar relaciones. Están ahí porque tenía ganas de mostrarlos. Cuando Emmanuel Burdeau me propuso hacer una programación alrededor de L’Apollonide mi intención no era desvelar mis influencias, sino enriquecer la película. Eso es lo atractivo. Siempre se hace la promoción para hablar de uno mismo, así que llega un momento en que sienta bien hablar de los otros
Al ver la programación a posteriori, ¿crees haber olvidado películas?
¡He olvidado cincuenta! Me limité a diez películas, intentando no hacer una programación demasiado unilateral, es decir no demasiado americana, ni demasiado 1900, etc. El resultado es un espectro, limitado temporalmente por Garras humanas y por Death Proof. Hay una parte muy alemana, para permitirme así incluir a Ingrid Caven, presidenta del jurado este año y asociar mi carta blanca al homenaje en su presencia.Hay también una parte asiática. Al final se obtiene una cartografía bastante amplia.
Presentaste Las flores de Shangai junto a Jia Zangke e hiciste tres observaciones importantes. La primera trataba de tu descubrimiento de la película de Hou Hsiao Hsien. Fuiste a verla varias veces cuando se estrenó y cuando fue editada en DVD viste una y otra vez el plano secuencia que abre la película. ¿Eres un cinéfilo compulsivo?
Para nada, pero ciertas películas incitan a ello. Mucha gente me ha dicho no haber comprendido todo de Las flores de Shangai. Es normal, pero la intención no es comprender la historia. Nuestro instinto de espectador es agarrarnos a los personajes y querer saber quién es quién, cuando ese no es el asunto de la película. Simplemente hay que dejarse llevar. No está ni siquiera prohibido quedarse dormido, porque dormir es soñar y la película es precisamente una especie de largo sueño. Volví a ver Las flores de Shangai porque formalmente es muy fuerte y tiene además un lado trip, pero no soy un cinéfilo compulsivo. De hecho soy mucho menos cinéfilo que muchos de mis colegas. Pero como mis películas aluden a menudo al fetichismo el espectador o el crítico van a buscar referencias a otras obras , planos objetos, momentos, pero es bastante menos voluntario de lo que se cree.
El reflejo crítico de encontrar una filiación a una película parece haber sido aún más fuerte que se costumbre en el caso de L’Apollonide.
Me pasó lo mismo con De la guerre y Tiresia. Mis películas inspiran una relación con el fetichismo, probablemente yo debo de serlo un poco. Para L’Apollonide muchos se han lanzado, citando películas, cineastas o cuadros que yo no conocía para nada.
Volvamos a la segunda observación. Para L’Apollonide dices haberle dado como indicación a la directora de fotografía el encontrar la justa mezcla entre Las flores de Shangai y Death Proof. Es imposible pero, ¿qué pretendías al señalar estas dos películas?
Era una broma por mi parte, pero a veces hay que empezar así para fijarse una meta. Esas dos películas me interesan porque muestran mujeres entre ellas, que hablan mucho. Son dos películas en las que no sucede gran cosa, incluida la de Tarantino, si uno excluye las dos secuencias con el coche, y que me alejaban del folclore franco-francés que temía, el de París 1900. La intención era ir a buscar a otro sitio. Tenía ganas de recobrar el hipnotismo, la ligereza y los sonidos de Las flores de Shangai, por ejemplo, pero esos elementos están finalmente menos presentes en el guión definitivo de L’Apollonide que en la primera versión, que era mucho más larga.
Respecto a la tercera y última observación: hablaste de una película opiácea respecto a Las flores de Shangai. Ese adjetivo caracteriza perfectamente L’Apollonide. La estructura compleja del inicio de la película, con esa confusión entre pasado y presente, sueño y realidad, ¿es una forma de dar cuenta del poder del opio? La pregunta se planta porque puede recordar al principio que aplica Sergio Leone a la narración de Érase una vez en América.
No es por eso por lo que elegí esa construcción. En huis-clos y en ausencia de un espacio visual tenía que encontrar una forma de espacio en el tiempo, luego jugar con las temporalidad a fin de encontrar una apertura que la geografía no me ofrecía. Todo esto estaba escrito en el guión, de manera precisa. Luego, durante el rodaje, busqué la atmósfera de los salones y ese tono opiáceo me convenció. Me permitía preservar la suavidad y la sensualidad, y evitar el lado titi parisino.
Casa de tolerancia, L’Apollonide. Distribuida por Intermedio. En salas en Barcelona, Vigo y San Sebastián.