No solo en ella resuena el cine de terror de los inicios del cine, fácil es pensar en el poeta de la deformidad física, Tod Browning, sino que su personaje adquiere un significado polisémico donde las ramificaciones simbólicas no parecen acabarse, algo que es extensible a todo el conjunto del largometraje. Porque L’Apollonide no parece agotarse nunca y resulta harto complicado estrecharle un lazo que le haga justicia.
Manu Argüelles
De planificación y ambientación exquisitas y rompedoras, a la manera de un Peter Watkins o Raoul Ruiz (¡palabras mayores!), con la referencia obvia de los tableaux vivants, de una sensibilidad más epidérmica que carnal, las relaciones entre sexos finiseculares revelan una realidad turbadora: compren una revista erótica; mejor aún: compren una revista femenina. Descubrirán, descorazonadoramente, que aunque haya derribado las puertas de Casa de tolerancia, la mujer sigue siendo considerada un maniquí sin alma ni sentimientos. Nada ha cambiado.
Rubén Romero
Si el cine es el arte por excelencia de la memoria y el recuerdo, L’Apollonide es, antes que nada, una reivindicación del medio fílmico, de sus posibilidades temporales, de edificar universos alternos al nuestro, que coexisten pero no se interrelacionan. En parte, esta enclaustrada cinta francesa también trata sobre como una idea puede devenir en un nuevo sistema de relaciones y códigos, de moralidad y vicios, de deseos y pulsiones, nacido exclusivamente de un recuerdo o, aún más, de una abstracción del recuerdo. Es por lo tanto ciencia-ficción.
Sergi Fabregat, Vicente Rodrigo Carmena, Déborah García
L’Apollonide parece nacer en la inesperada encrucijada entre una melancolía de textura casi proustiana y la anticipación de las claves de una sexualidad futura, desligada del deseo: la película es, por un lado, un paseo casi opiáceo a través de un limbo perdido —una casa de tolerancia entendida como entorno ambiguo, conflictivo— y, por otro, una ensoñación que detecta en ese mismo entorno las claves del materialismo lúbrico que define la contemporaneidad.
Jordi Costa
El prostíbulo como cloaca de la Historia, el lugar donde se sentaron las bases de este capitalismo que nos estrangula, el lugar donde la fuerza del trabajo y el principio del (des)placer quedaron sujetos a la lógica de la dominación masculina y la sumisión femenina. El lugar, en fin, que funciona como marco simbólico de la alegoría de Bertrand Bonello. ¿Alegoría sobre qué? ¿Sobre los cuerpos como mercancía, sobre el asfixiante peso de una Historia que tiende a repetirse como un ritual?
Sergi Sánchez
En su quietismo e inspiración pictórica, bordea el esteticismo, tontea con el morbo. Pero si la película salva estas dos amenazas es porque detrás de cada imagen hay un hondo y terrible componente de humanidad. Porque en el horror intuido de las vidas de todas las prostitutas que moran por este film se revela la poesía. La poesía de los sentidos.
Joan Pons
Se encienden las luces, y se apaga la magia del cine, un poco como cuando cerrábamos las discotecas después de una noche química. En realidad no es más que eso, podemos perdonarle a Bonello esa última bbofetada de realidad, amortiguada eso sí por el temazo de soul de Lee Moses (“Bad girl”) que cierra el film y nos acompaña para siempre. “L’Apollonide” es un regalo, una experiencia única, que apela a los sentidos y no necesita de coartadas intelectuales, ni mucho menos de la carga insufrible de un mensaje socio político moralizante sobre el oficio más viejo del mundo.
Philipp Engel
Bertrand Bonello nos invita a contemplar el día a día del lugar: las tareas de higiene de las prostitutas, con detalle de las cremas, perfumes y jabones; las muy cordiales relaciones entre ellas, ayudándose a vestir o charlando durante las comidas, y naturalmente sus obligaciones laborales con los clientes, ya sea distendidamente en grupo, entre licores, tabaco y juegos de mesa, o en la intimidad de la habitación, donde los caprichos de los caballeros pueden resultar inofensivos (bañarse en champán, disfrazarse de geisha, representar el papel de muñeca de cuerda…) o puntualmente trágicos (el desalmado que desfigura a una prostituta convirtiéndolo en un Joker avant la lettre).
Jordi Batlle
Las películas de Bertrand Bonello son siempre películas suicidas, poseen una atracción hacia la autodestrucción que las convierte en experiencias desiguales. Fascinantes y equívocas, reconocemos nuestras rarezas en sus imperfecciones. Aquí, por primera vez, todo encaja, incluso esa voluntad suicida. Parece una película dotada de un equilibrio capaz de albergarlo todo, como si ese tiempo condensado, ese espacio cerrado, fuera el lugar que inspirase a Bonello la elección del ingrediente perfecto para cada momento: la música, sea soul, ópera o electrónica, mucho menos presente en la película de lo que luego lo es en nuestro recuerdo, o incluso esa preciosa partida de campo en la parte central de la película, de cuerpos desnudos entre árboles, el sol, y el río.
Fernando Ganzo
En cierto sentido, la película funciona como una piedra que tocamos con los ojos cerrados: hay momentos y sensaciones que parece que volvemos a vivir. La narrativa debería funcionar así. Las caras, en su magnificencia absoluta, en su detalle, se suceden, nuestra mirada salta de un volumen a otro. De acuerdo, puede que sean sólo fragmentos de un fresco más amplio. Un auténtico cuadro, algo barroco, en el que se dan cita el colonialismo y la necesidad de ser colonizado. En resumen, el erotismo, incluso en su cara más macabra, más sadiana. Por lo demás, la luz se deposita sobre los cuerpos desnudos.
Alfredo Aracil
«Dentro de ella, un lugar aislado del mundo cual castillo de Selliny, confortablemente atrincherados —pues tiene algo de fortaleza: en el fondo es también un lugar de resistencia— ante un mundo exterior que se nos antoja hostil, estremecedor, temible, asistimos al cambio de siglo sin estruendo alguno; acolchados. Es como si, sin darnos cuenta, nos acostáramos en el XIX y despertásemos ya en el XX, un tránsito casi festivo que tiene un no sé qué —el champagne, la música, la excitación— de Nochevieja. Y es que en L’Apollonide todas las noches parecen Nochevieja… La misma extraña mezcla de alegría y desconsuelo, idéntica sensación de despreocupación y de abandono.»
Santiago Rubín de Celis
La película, en su conjunto, parece sumergida en un caldo onírico donde las fantasías conviven con la cruda realidad. Es la fiesta de la heterodoxia, rematada por el uso majestuoso y anacrónico de los temas musicales ‘The Right to Love You’ (The Mighty Hannibal) y ‘Nights in White Satin’ (The Moody Blues), que hacen bailar y llorar a unas mujeres embarcadas en la lucha por la supervivencia, así como en la defensa de una dignidad personal en peligro de extinción.
Manu Yáñez Murillo
Veient les belles imatges de L’Apollonide –la millor pel·lícula presentada al Festival de Canes del 2011– la reacció no és tant pensar en la llarga tradició de films sobre prostitució –amb l’excepció dels rodats per Kenji Mizouguchi– com endinsar-se en les pel·lícules que tracten sobre la vida de noies tancades en convents, des de La religiosa de Rivette fins aThérèse d’Alain Cavalier. Malgrat que els rituals de la pregària i els del sexe tenen poc a veure, els universos de les dones tancades acaben explicant relats de remordiments, còlera i avorriment. Un luxe a la cartellera.
Ángel Quintana
He aquí una película que podemos habitar. Una película que abre sus puertas –las de un prostíbulo en el cambio del siglo XIX al XX– y nos invita a vivir dentro de ella, recorrer sus espacios, relacionarnos con los cuerpos y las miradas que los habitan. Una película, por tanto, que no podemos si no frecuentar una y otra vez, atrapados por la hipnótica experiencia que propone, por los paraísos artificiales que atesora y los fragmentos de vida (de placer y de dolor) retratados y que, gracias al poder de seducción artística de Bertrand Bonello y sus extraordinarias actrices, no querremos abandonar por un minuto.»
Carlos Reviriego
El cine de Bonello aparece atravesado diagonalmente por la pornografía y la prostitución, sintetizadas como una imagen común en la que se difuminan cada uno de sus límites. Esta imagen, pese a su condición de marginalidad, bien podría ser el paradigma de todas las que nos rodean, ya que dentro de un panorama de hipervisibilidad muestran lo que, paradójicamente, ocultan las demás; su carácter de zona de intensificación del deseo.
Ricardo Adalia Martín
Casa de tolerancia. L’Apollonide. Estreno en España el 24 de agosto de 2012. Distribuida por Intermedio.